16 agosto 2009

ÁMBITOS

Con este título expuse en 1987, en un pequeño espacio de la galería “Teodoro Ramos Blanco” del Cerro, los dibujos de pequeño formato de la serie Ciudad Antigua. Realizados durante la década de los 80, con la técnica de aguada de tinta y pluma sobre cartulina, aunque autónomos, pueden considerarse estudios previos de los de mayor formato que luego se expondrían en la Casa del Benemérito de las Américas “Benito Juárez”, en la Habana Vieja, en 1989, muestra a la que dedicaré otra entrada. Valga señalar que la mayoría aluden a la belleza, nada complaciente, de una ciudad casi en ruinas, de centenares de edificios apuntalados; una Habana anterior a la era de la restauración, el rescate, y la avalancha turística. Casi en ninguno de los dibujos aparecen figuras en el paisaje, sin embargo sentimos la presencia humana, su huella latente.
Reproduzco el texto que preparé para el catálogo en aquella oportunidad y en el que, de alguna manera, se resumen los presupuestos de esta línea de trabajo.

ÁMBITOS

Un día como todos, pasé por el mismo lugar de siempre, a la hora habitual y para sorpresa mía, comprobé que el sitio me era desconocido. Fue así, de golpe, que comprendí que había dejado de ser el mismo... ¿Quién? ¿Yo o el paisaje?... No tenía importancia, pues sin remedio, sería motivo de mi atención a partir de ese instante hasta que lo llevara al papel.
Así comenzo esta suerte de juego y este juego de suerte, en que cada día confrontaba el paisaje real con su representación, en la que me propuse recoger lo que a diario me iba revelando, sobre la base de la información y los antecedentes ya conocidos, y en la que incorporaba, además, lo imaginado.
¡Qué alivio comprobar que aquella columna tiene una pequeña inclinación, que esa pared no es totalmente perpendicular, que las barandas de los balcones gemelos son desiguales, que el piso no está del todo a nivel, que esa reja no se corresponde con la ventana que guarda y aquel muro fue una pared, o viceversa!
Partiendo así del paisaje real y el lugar concreto, me propuse atrapar lo escencial, acentuando, exagerándolo a veces y sugiriendo escasamente el resto entre la descripción de itinerarios posibles que lo recorren, marcando la huella de los que lo transitan, señalando en el espacio qué es lo que fue o estuvo, las trayectorias reales o supuestas de quienes lo habitaron, indicando el sitio preciso donde se detuvo el caminante, localizando el punto equivalente en el plano del lugar en que sucedió el acontecimiento, concurrieron las circunstancias y la razón, el instinto, o ambas, me dicen que es acertado hacerlo. Para ello me he servido de todos los recursos de que he podido disponer, si bien no creo haber agotado ninguno aún, y de los cuales destacaría, por resultar insustituíble, el estudio de la realidad, la experiencia directa, el contacto físico con el lugar en cuestión, en el goce estético proporcionado por el proceso de familiarización con el paisaje y la garantía de autenticidad que brinda para traducir en el papel las sensaciones que me produce.
Algunos se identifican al primer golpe de vista, otros pueden resultar difíciles de reconocer, los hay inventados también. En todo caso, confieso que ninguno hoy se conserva en la realidad como lo vi ayer, y es que la ciudad es un organismo vivo. Se mueve, cambia, se transforma. Solo la obra permanece.
Por eso, si en algún momento, un día cualquiera, en su trayecto por los lugares de siempre, alguno llama particularmente su atención, o le parece desconocido, o de pronto, aunque sólo sea por un fugaz instante, deja de ser el mismo, ello significará que esta muestra ha servido de algo.






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